jueves, 7 de febrero de 2013

El ascensor espacial: autopista hacia el cielo

«Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos así famosos y no estemos más dispersos sobre la faz de la Tierra»                                                                                           Génesis 11:1-9
Subir a una torre para alcanzar el cielo. Un sueño tan sencillo como fascinante que ha perseguido a la humanidad desde hace siglos. Una idea que desafía a la razón, una proeza de ingeniería más propia de dioses que de simples mortales. No es de extrañar que la construcción de la Torre de Babel aparezca en la Biblia como un ejemplo de soberbia imperdonable. Y sin embargo, lo realmente alucinante es que, en teoría, nada nos impide construir una torre semejante. Hablamos, por supuesto, del concepto para acceder al espacio más revolucionario que se haya inventado nunca. Con ustedes, el ascensor espacial.

¿Se puede construir un ascensor espacial? (NASA)

¿Pero qué significa alcanzar el espacio? Desde el punto de vista práctico, no nos vale alcanzar una altura determinada únicamente (hoy en día la frontera del espacio se sitúa arbitrariamente en los cien kilómetros de altura), sino que además debemos entrar en órbita alrededor de la Tierra. Y es que no tiene mucho sentido llegar al espacio para luego caer a la superficie como una simple piedra. Con esto en mente, ¿podemos construir nuestra torre de Babel particular para acceder a los cielos?


Sí, podemos, al menos sobre el papel. Y el primero que introdujo este concepto no podía ser otro que el pionero de la cosmonáutica Konstantín Tsiolkovsky. En 1895, mientras meditaba sobre la dificultad del acceso al espacio en su Kaluga natal e impresionado por la reciente construcción de la Torre Eiffel de París, Tsiolkovsky se dio cuenta de que el extremo de una torre situada en el ecuador terrestre se movería a una cierta velocidad, una velocidad que sería mayor cuanto más alta fuese la torre. A una altura determinada, la velocidad del extremo de la torre sería equivalente a la velocidad orbital y podríamos convertirnos en un satélite artificial simplemente saliendo por el balcón.
Vía | danielmarin